Dos años atrás, mi investigación acerca de la vida y obra de Léonie Matthis me llevó al Museo Histórico Cornelio Saavedra. En mi intención de trabajar con la historia y la pintura, Léonie me invitó a la sugestión de evocar el pasado. Allí encontré en una de las salas una cita que decía: “hacemos historia para saber lo que somos y de dónde venimos. (…) el pasado no precisa de nosotros, somos nosotros los que necesitamos de él. Entre otras cosas porque el pasado sólo importa en la medida en que venga a constituir un presente” Ángel Castellán (1984: 106-107) Tiempo e historiografía. Bs. As. Biblos.
EL VIAJE DEL ACERO
Durante una conversación, mi tío Piti me mostró una fotografía. En ella, mi abuelo Santo Rosati, micrófono en mano, hablaba ante una multitud. Era el día que Santo y Francisco (su socio) celebraban los 25 años de la fundación de Rosati y Cristófaro Sociedad Anónima (RYCSA). En la imagen se veían banderas argentinas y tres cuadros colgados en la pared: uno del general José de San Martín, otro del general Juan Domingo Perón y, en el medio, una reproducción del cuadro “El pueblo quiere saber de qué se trata”.
Santo, a quien no alcancé a conocer porque murió antes que yo naciera, aprendió su oficio de herrero a los ocho años de edad, por estar vinculado al mundo ferroviario, ya que su padre era el jefe de la estación Conversano, en la provincia de Bari. Escapando de la falta de oportunidades en Italia, llegó a la Argentina en 1923, como quien dice “con una mano adelante y otra atrás”. Trabajó como obrero de la construcción, y a los dos años de su arribo ya era dueño de un taller metalúrgico con más de noventa empleados. Era un apasionado del arte del hierro. Su primera gran oportunidad se produjo después de la crisis del ‘30, cuando obtuvo en una licitación la posibilidad de comprar las cruces de hierro de las tumbas de las víctimas de la fiebre amarilla del cementerio de la Chacarita. Esas cruces se transformarían en ventanas, puertas y estructuras. Y el pago por la compra de las cruces, fue saldado con la realización de algunos portones que aún hoy cierran y abren el mismo cementerio.
Santo fundó junto a Francisco Cristófaro la empresa R.Y.C.S.A, que, con más de tres mil empleados, se dedicaba a la fabricación de puentes grúas, calderas, máquinas herramientas, maquinaria agrícola y construcciones metálicas en general. Disponía también de una sección de laminación de perfiles y fundición de acero. RYCSA fue uno de las empresas que apoyaron la creación de SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina) y Altos Hornos Zapla, ambas empresas del Estado Nacional. Lo mismo ocurre cuando entre 1951 y 1952 se crea IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado). RYCSA se incorpora como una de las proveedoras de las componentes con los que se construyen los aviones Pulqui (flecha en mapuche), los rastrojeros y el automóvil Justicialista.
Santo y Francisco deciden incursionar en la fabricación de un automóvil íntegramente argentino, pero el directorio de RYCSA esta vez no los acompaña, decisión que los llevó a tomar los riesgos de la inversión con su propio patrimonio. Desarrollan tres proyectos, que según la dirección técnica del ingeniero turinés Juan Rossi, debía situarse entre los automóviles europeos y los norteamericanos respecto a dimensiones y potencia. En 1955 los primeros prototipos son presentados en el hall central del edificio de YPF en la avenida Diagonal Norte. Se trataba de la micro coupé Mitzi B40, el sedán dos puertas Gilda y la pick up Gauchito. El Gilda era un proyecto desarrollado íntegramente en Argentina, tanto la parte mecánica como la carrocería y el chasis. El motor era de cuatro cilindros en V a 90º de 1792 cm3 y 55. HP Gilda era el nombre de la mujer de Santo, es decir mi abuela.
Por esos días, recuerda mi padre que tenía 13 años de edad, el 16 de junio de 1955: “Como todos los mediodías cruzaba la Plaza de Mayo para ir al Colegio Nacional de Buenos Aires. Cuando salí de la boca del subte en Diagonal Norte vi los Gloster Meteor bombardeando y destruyendo la Plaza. Corrí desesperado por Avenida de Mayo y luego bajé en la estación Carlos Pellegrini de la Línea B y junto a una multitud escapamos del horror, viajando con las puertas de los coches abiertas, hasta Federico Lacroze (Chacharita) desde donde llegué corriendo hasta mi casa“.
Este trágico bombardeo de nuestra historia política, con el que se inició la llamada “revolución” Libertadora, torció fuertemente el rumbo que estaba tomando el desarrollo estratégico de la industria metalúrgica nacional: el nuevo direccionamiento económico contrajo el crédito a la industria, y dos años más tarde al bombardeo, Santo y Francisco se ven obligados a vender todas sus acciones de RYCSA, lo que les impide producir estos tres prototipos.
¡Parece mentira! ¡Qué paradoja! Del hierro transformado por el fuego, de las cruces del cementerio, a los sueños de acero, ¡y ahora nos cae del cielo! Esta masacre de Plaza de Mayo con sus cientos de víctimas fatales, además del horror instaurado, arrasó con millones de sueños, entre ellos el sueño del automóvil Gilda.
Gachi Rosati, febrero de 2014.
© Gachi Rosati | Web by Peana