Tensión y vitalidad en los márgenes de los recuerdos
Rosati habla a partir de los documentos que la han registrado durante su vida. Habla a partir de objetos íntimos que de alguna manera hablan de ella, pero que le pertenecen solo virtualmente. Es decir, que, Rosati no habla, sino que los demás han hablado por ella: Rosati se encarga de resignificar estos múltiples discursos y busca encontrarse reconocida donde otros la han reconocido. Es en esta búsqueda que se sitúa su obra.
La obra plantea este fino límite que al mismo tiempo que complace, interroga al espectador: recorremos su vida, encontramos recortes de su niñez, accedemos a su crecimiento, al mismo tiempo que nos reconocemos en el anónimo espacio que plantea la existencia del documento: un sitio ciego, que iguala y homogeneiza todo, desde el latido de un corazón, pasando por los registros fotográficos anuales de una institución educativa, hasta las firmas y los sellos encargados de iniciar a los niños en la interiorización de los roles y en la constitución de una identidad, que va mutando junto con el colectivo de significaciones que encierran cada uno de esos universos institucionales, del cual Rosati es victima tanto como cada uno de nosotros.
Rosati es atendida por un médico, Rosati es educada en una escuela, Rosati ocupa un lugar determinado en la estructura familiar, y todo esto llega hacia nosotros a través (y no a pesar) de la documentación. Electrocardiogramas, boletines, fotografías, calificaciones, radiografías, cédula de identidad, etc.
Pero Rosati invierte la ecuación y da un paso hacia el reconocimiento: los documentos que antes la registraban, que la calificaban, que la encerraban en una jerarquía de valores impuestos desde las instituciones, son ahora manipulados y resignificados en su obra, en el universo constituido por ella hacia las instituciones, y no en el universo en el cual las instituciones (entiéndase, familia, escuela, sistema de salud: es decir, todos las instituciones formadoras de conciencia y de “adaptación” de la personalidad) cercaban su cuerpo, su conciencia y sus acciones.
Así Rosati se convierte en una voz muda que aumenta el volumen de cada una de las voces que hablaban por (y hacia) ella, de forma que desnaturaliza la situación con una gran facilidad y una sutil mirada crítica hacia la opresión institucional encargada de enmudecerla.
Se puede calificar así la obra de Rosati, como un edificio de la memoria, encargado de darle vida al material muerto de la documentación, material hecho para poder olvidar con tranquilidad, sentimiento que Rosati se niega a acompañar y que acaba siendo un mero instrumento para el fin último de su obra: el de exaltar los recuerdos con la misma potencia con la cual los sellos se violentan contra el papel.
Javier Barrio.
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